El fin del mundo ha sido un tema tratado cientos de veces en el cine. El ser humano, influenciado por el cristianismo, ha vivido siempre con ese temor latente a que un día nuestro mundo, ya sea feliz o miserable, se vaya a tomar por saco de un día para otro. Castigo divino o catástrofe natural, tememos que “algo superior” venga un día a decirnos que se acabaron las gilipolleces y a tomar por saco todo.
Con esa premisa de partida nace este peculiar largometraje de dirección coral, que aborda desde distintas mini-historias, parte un mundo mayor, cómo afectaría ese inminente desenlace a distintas personas con vidas muy dispares. Como el mundo real, esas historias van de la realidad más aterradora al surrealismo improbable (que no imposible), pasando por mundos más cotidianos de amigos con cuentas pendientes o desconocidos que podrían dejar de serlo. Un mundo donde deseo y miedo son los dos impulsos más potentes.
Los directores de este largo son algunos de los más relevantes de la cantera del Notodofilmfest: Javier Botet (protagonista, cómo no, de su relato), Roberto Pérez Toledo, que ya debutó en el largo con la estupenda Seis puntos sobre Emma, Pablo Vara y David Galán Galindo, cada uno fiel a sus temas habituales, cuentan cada una de las cuatro historias que componen el largo, con prólogo y epílogo del que fue creador del festival, Javier Fesser. Es una iniciativa curiosa, una película que parece tener vocación de “cantera” fílmica, de servir de bisagra entre el corto y el largometraje de algunos de los directores más prólificos del mundo del corto.
Es una película que tiene su virtud y su principal problema en la variedad tonal y de puntos de vista de cada historia, aunque la sucesión de éstas está muy bien pensada en lo que a “progresión anímica” se refiere.
La película tiene su principal virtud en esa variedad de discursos sobre una misma premisa. Ofrece la posibilidad de asumir distintos puntos de vista sobre una misma situación y, de ese modo, comprobar cómo muchas veces la diferencia entre la tristeza y la felicidad, entre el amor y el miedo, es una cuestión de actitud ante la vida. Jodidos están todos, frustrados por tener sueños incumplidos que se van a ver truncados en el último momento, como nosotros en esta crisis de mierda, pero qué diferencia tan grande entre unas perspectivas y otras, en cómo éstas pueden sumirnos en la depresión y otras priorizar pequeñas alegrías que eclipsan el panorama desolador.
Pero esa diversidad es también su principal problema. Cada historia requiere su ritmo, cada punto de vista un tono diferente, y cada director una forma de narrar distinta, por lo que la sensación de unidad es escasa. El nivel de los relatos es bastante bueno, pero sí que se notan altibajos y esa unidad en el punto de partida se diluye en la sucesión de algunas historias.
De todas formas hay una jugada inteligente en Al final todos mueren y es que la sucesión de los relatos sí que sigue una línea de negativo a positivo y van ganando en esa buscada unidad a través de personajes que aparecen fugazmente en alguna de las historias y que son protagonistas de otras. Quizás en ese sentido luzca más la última historia por ser la más luminosa y cómica (aunque esto ya puede ir por gustos), la que da un cierre buenrollero pese a las circunstancias, la que nos deja la idea de que nunca hay que perder la esperanza y que siempre hay algo positivo a lo que agarrarnos.
